Diario de un Goumier AVENTURERO

¡Goum! ¿Qué has dicho? ¿Puedes repetir?…

Cuando se oye por primera vez esta extraña palabra, no se comprende bien y cuesta mucho también repetirla: «¡Kum! ¡Gum!...». Pero, ¿de qué se trata? ¿De una receta de cocina a base de arroz y azafrán? ¿De un grupo de terrorista como «Group Organization Uganda Military»? ¿De un club Med en el Sahara? ¿De una nueva ola de desesperados? ¿O la llegada de un tornado del Pacífico? ¡Nada! ¡No se trata de esto!

El Goum pertenece a esas fuertes experiencias que son difíciles de traducir con explicaciones sin traicionar a las emociones, los sentimientos más intensos recogidos en esa «tierra de viento y de silencio» que es el desierto. Pero para no decepcionar las expectativas de quien tenga curiosidad, vale la pena echarle una hojeada rápida a esta aventura. Os presento una especie de historia, un poco como las que explicaban los abuelos por la noche ¡alrededor de la chimenea!

*

Algunas semanas después de cortar con mi novia que me echaba en cara que no construía nada en serio en nuestra relación de pareja, estaba bajo de moral, me sentía profundamente abatido. ¡Me dejaba llevar por pensamientos oscuros y negativos! Un amigo me dijo: «¡Tendrías que hacer un Goum! ¡Te hará bien a los pies, a la cabeza y mejor aún al corazón!». Nunca había oído hablar de esta extraña aventura, pero estaba tan harto de todo y de todos que me dije que no habría empeorado mi situación... ¡Para nada! ¡Quizá es la ocasión para desconectar y aclararme las ideas! ¡Así que partí!

Durante los Raid Goum, uno se levanta al amanecer o un poco antes cuando la naturaleza aún está envuelta en una tranquila oscuridad. ¡Así cada mañana! Este despertarse juntos con las primeras luces del día es decisivo para la reconstrucción física y mental de cada uno. Claro, al principio hay tanta niebla en los ojos que no es fácil en absoluto. Es la única manera para aprender a descubrir los ritmos naturales. Cuando uno no se levanta tan temprano, corre el riesgo de quedarse «anestesiado» todo el día, aprovechando tan solo un cuarto de la propia energía.

¡Vete a saber! Durante los Goum no existe un despertador oficial, con llamadas ni pitidos, como en las colonias o las vacaciones de la parroquia. ¡Nunca! Sin embargo, todos o casi, están preparados en el momento del... ¡desayuno! Tan solo recuerdo el ruido de ollas y charlas de los «viejos Goumier» alrededor del fuego. Y cuando me desperté, encontré todo listo. Apenas tuve tiempo de ponerme los pantalones y la djellaba, de coger el cuenco y ¡a empezar! Pero, ¿quién se levantó primero para encender el fuego? ¿Quién echó el arroz en el agua hirviendo? ¿Quién preparó el desayuno para nuestra pequeña Tribu? ... ¡Tardé tres días en descubrirlo!

Antes del desayuno, hay una especie de liturgia. ¡A veces, empieza, sin esperar a los últimos que llegan tarde! Inicia con la señal de la cruz, una señal de la cruz que quiere abrazar al mundo entero, englobando a todos los hombres en nuestra oración. El gesto es lento, casi solemne. Al principio, es impresionante, pero no se teme hacer gestos tan amplios cuando nos encontramos en espacios ilimitados como el desierto. Luego, prosigue un momento de silencio. Parecerá quizás un poco largo, pero para escuchar es necesario tomar conciencia de que estamos reunidos juntos y mirarnos uno a uno las caras. Al final, recitamos el «Saludo a María», llamado también Angelus, para recordar el don extraordinario de ¡Dios que se hizo hombre por nosotros! Otro canto o estribillo para la bendición de la comida y… ¡ya estamos!

Es hora de comer. ¿Qué? ¡No mucho más que un vaso de arroz! Es realmente muy poco y se comprende la importancia de no dejar caer por el suelo ni tan solo un grano. Aunque haya poco de comer, encontramos la manera de estar juntos en círculo.

Cada uno tiene algo que explicar: Francisco ha dormido de maravilla, lo cual produce envidia a los que no han pegado ojo por culpa de Andrés que roncaba, el labio de Laura completamente hinchado por la picadura de un mosquito; las estrellas de la noche y la Vía Láctea que Joaquín vio por primera vez; el día promete mucho calor y esto preocupa a Estefanía. ¡Poco a poco nos conocemos y nuestras caras se iluminan!

No me parece que nunca haya oído órdenes o que haya visto que alguien mandara en toda la comunidad pero recuerdo que, en cuanto acabamos de desayunar y de decir juntos el ‘Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo’, cada uno empieza a ocuparse de lo suyo, sin prisa pero sin pausa, el campo se pone en orden: los que friegan las ollas y las cuencos, quien las seca, quien las ordena con la precisión de un ama de casa, quien esconde el fuego del campamento, quien en cambio está atento a que desaparezcan las piedras manchadas de humo negro, sin olvidar –por supuesto- poner las últimas cositas en la mochila. Yo formaba parte de estos últimos porque aún era incapaz de desconectar la mirada de mis preocupaciones y me costaba ver más allá de mis problemas. Sí, un detalle me llamó la atención, pero no fue en seguida, quizás fue después del tercer día: me di cuenta de cómo estos Goumier están atentos a los mínimos detalles, como si su pobreza fuera una ocasión para cuidarse de todos los detalles con la máxima atención, como si este «tener poco» fuese una ocasión para «ser mucho».

No entendí por qué, de repente, alguien cogió su guitarra y se puso a cantar como si quisiera llamar a todos alrededor suyo. ¿Qué haremos ahora? Juana, que camina por tercera vez por el desierto, me dice que es el momento de la Meditación. Sara y Manuel leen el Evangelio que nos habla de lirios del campo, de pájaros en el cielo y de la importancia de entregarse. Después nos dan explicaciones que no salen sólo de su cerebro, sino de su corazón. Hablan como si hubieran encontrado a Jesús, ¡realmente! Yo me anoto la cita en mi cuaderno... Y luego, todos se levantan y cada uno parte en su dirección para buscar un rincón de belleza para meditar. ¿Meditar? Para mí, tan sólo fue distracción: una mariposa que sorbía con dificultad alguna flor seca, algunas hormigas que arrastraban paja seca por mi Biblia, ponerme en orden la zapatilla, el sol que empieza a pesar, y luego, la modorra que entorpece la mente, y al final, ¡me quedé dulcemente dormido! Por suerte, los Goumier repiten cada mañana este tipo de Meditación, y si al principio, no sabía qué hacer, os aseguro que a partir de la cuarta mañana, ¡me abrí a horizontes nuevos! Sentirme solo ante tanta belleza, tener al silencio como compañero, estar en el pleno presente que dura tanto, poder releer algún verso de la Biblia o sorprenderme cuando escribía mis propias reflexiones, me llamó la atención. ¡Se sepa rezar o no, esta hora de Meditación es una de las más sublimes de la jornada!!! Lo mejor llegó al final del Goum cuando, después de confesarme con el Padre después de tanto tiempo, realmente intuí que Dios existe, que está Presente, que es más que nunca el Emmanuel, ¡el Dios-que-está-con-nosotros!! En aquel momento, sí que puedo decir que ¡toqué el Cielo con un dedo!

Cuidar los detalles es un distintivo en el estilo de esta aventura. ¡Tenéis que ver cómo preparan el altar! Ante todo, eligen el lugar más bello que existe para conjugar la belleza de la naturaleza con la Belleza de la Salvación. Prestan la máxima atención posible para construir el altar utilizando las mochilas, extendiendo un mantel digno, inventándose una cruz de madera para estar listos para celebrar el Sacrificio del Cordero en su catedral de Luz. También yo quise contribuir a la preparación de la Misa porque aunque aún no consiga construir un Altar digno, al menos quise ofrecer las flores que encontré durante la Meditación. ¡Es mi nada para recibir Su Todo!

Durante estos Raid Goum se aprende a estar presentes en todo lo que se hace. La Misa es la mejor ocasión: si hubieseis visto cómo leyó David la segunda lectura, ¡me parecía oír la voz de san Pablo en directo! Todas las palabras se pronunciaban con claridad, los silencios adecuados ¡permitían comprender el mensaje de la Salvación que descendía directamente al corazón! Y cuando concluyó: «¡Palabra de Dios!» Respondí con voz alta, como si fuese un testigo: «Te alabamos, Señor!», En el momento de la consagración, algunos se ponen de rodillas para adorar con amor profundo, ¡cómo si estuviesen en el Calvario! Pero lo que sin duda me impresionó fue ¡cómo reciben la Comunión! Los ves alejarse del Altar, lo poco necesario para hacer una pequeña procesión. Y cuando el Padre levanta la hostia sagrada, se acercan uno a uno, con las manos abiertas, como si fueran bandejas del Dios Viviente. Se presentan como mendigos y hambrientos del Pan de Vida. Poco antes de recibir el Cuerpo de Cristo, dicen en voz alta el nombre y el «Amén» de la fe para luego abrazar en un encuentro único y personal ¡a Jesús Salvador! ¡Cada día es una Primera Comunión! Incluso meses más tarde, cuando comulgo en la parroquia, sigo pensando en estas Misas celebradas ¡bajo el techo del mundo!

El sol está bastante alto cuando, con la mochila a cuestas, nos dan las indicaciones precisas del camino. Lápiz en mano, anoté todo: los nombres, los senderos aconsejados, los puntos de agua. Noté que entre nosotros había un experto en topografía. Me puse a su lado para que me diera una primera clase, orientarme entre el norte y el sur calcular el acimut. Aunque tuviera siempre a mano la brújula, durante este primer día ¡no la llegué a utilizar! Temiendo lo peor, me agregué al grupazo de amigos guiado por ¡algún buen caminante! Caminamos, hablamos y bromeamos parándonos para beber un poco de agua... tibia.

Hacia mediodía, más o menos, cuando el sol parece estar en el cenit o cuando el estómago manda extrañas señales de hambre exagerada, ¡no paramos para comer! ¿Se habrán olvidado? Probablemente, no, porque ¡cada día se repite la misma bromita! Es, más bien, una elección suya de pobreza. Pobreza exagerada, ¿alguien objetará al respecto? Quizás, pero pobreza necesaria para entrar en algunos secretos. El acceso a ciertas verdades pasa por el hambre vivida, el frío vivido, el miedo vivido. Y no haberlo experimentado al menos una vez en la vida, puede llegar a ser un ‘handicap’. ¡Aman esta pobreza! Nos lo dijeron desde el día de la salida, cuando nos pidieron que dejáramos en una bolsa personal todas las cosas que parecen ¡indispensables para la vida diaria! El móvil (… y os digo que antes de separarme prolongué la última llamada con mi amigo), el dinero (... pero cómo haré ahora sin céntimos en el bolsillo, ¡es tan cómodo!) los cigarrillos (... cuando disfruté del último, parecía que era un condenado a muerte), el reloj, la cámara fotográfica, los complementos (...yo había escondido algunos en el fondo de la mochila por si los necesitaba para sobrevivir... ¡pero los dejé como el resto!)

¡Vaya primer día de camino! ¡Los kilómetros no acababan nunca! Y yo me estaba muriendo de cansancio. Me arrepentía de haber escuchado a aquel atontado amigo que me había aconsejado que partiera con este Goum, para recuperar la salud afectiva y ¡encontrar un amplio sentido a mi vida! Estaba destrozado: pies hinchados, sudadísimo, espalda aplastada por la mochila. Después de 25 Km. encontramos a un campesino que nos dijo que había visto pasar a otros cuatro como nosotros, ¡unas dos horas antes! Por suerte, no llegamos los últimos aunque estuviese anocheciendo.

En el campamento, el fuego ya estaba encendido y el agua hervía en la olla con tres o cuatro cubitos, para hacer el famoso ‘aperitivo Goum’. Cuando nos sirvieron una taza caliente de este caldo, parecía bajar ¡el «paraíso» por la garganta! Es su simple gesto de acogida, después de una jornada de duro camino.

Noté un detalle. En realidad, no fue en seguida porque se necesita tiempo ¡para descubrir los misterios de estos Goumier! Lo primero que hacen, en cuanto llegan al lugar del campamento, es sacar de la mochila el icono de la Virgen de los Goum para situarla en un ángulo precioso, buscando las piedras adecuadas y alguna flor para adornar la Imagen Santa. Se intuye lo importante que es para ellos esta Presencia, ¡la de María, ya que también ella fue peregrina en la fe toda su vida!

¡Impresionante su fuego en el campamento! Para evitar cualquier tipo de peligro, siempre ponen piedras grandes alrededor del fuego, y como siempre, el fuego atrae. Se acercan alrededor de la llama para explicarse las últimas bromas o para enfrentarse a temas actuales y apasionantes. En cambio, algunos están en silencio y piensan en secar su ropa ¡empapada de sudor! Otros preparan la cena. Un dulce clima familiar, un dulce estar juntos ¡después de duros kilómetros! A partir de la quinta noche, parece que nos conocemos desde... ¡hace un siglo! Al final del Goum, será difícil desprenderse de tal fraternidad.

Sin ninguna orden, el campo se organiza. ¡Cada uno es el protagonista del bien de todos! Cómo me gustaron Erika y Marta cuando, discretamente, se esforzaron en poner la mesa. En medio del desierto y con nada supieron regalarnos un delicado círculo muy mono: algunas piedras planas en el centro para apoyar las dos o tres ollas, un ramo de flores y de ramajes secos para ofrecernos el toque femenino que con poco, ¡cambia todo! Luego, dispusieron los cuencos en forma de círculo. ¡Venga, ahora está todo listo!

Durante la cena se repitió la misma ceremonia como por la mañana con la misma Señal de la Cruz lenta y majestuosa para abrazar a todo el mundo... Y luego silencio… y luego, el Angelus… Y luego, la oración...Y luego, ¡sopa y arroz! ¡Una verdadera delicia! ¡Tenían un solo defecto, ¡que sabían a poco! Me acababa de sentar y en seguida me cogieron el cuenco para llenarlo y cuando tuve sed me ofrecieron agua de sus cantimploras. Siempre lo mismo, sin ninguna señal, de forma espontánea, dos o tres personas se ofrecen generosamente para servirte ¡como si tuvieran el sentido del servicio en la sangre! Esta generosidad tiene algo contagioso. También yo quiero intentarlo porque no es una casualidad que esta mañana haya leído durante la Meditación: «¡Hay más alegría en dar que en recibir!» (Hch 20, 35).

Y, ¿luego? Como por la mañana, todo se pone en orden. Después de cenar, hay quien ordena la leña, quien limpia, quien seca, quien llena las garrafas para que haya bastante agua, quien recoge lo necesario para el próximo desayuno...

Estamos cansados. Algunos cansadísimos. Pablo se ha estirado en el suelo. ¡No puede más! Pero para un momento de alegría y de campamento alrededor del fuego, aún queda una chispa de energía. Nunca será largo, lo que basta para acabar juntos el día. Hacemos dos cantos, intercalados de silencio... Los ojos están como absorbidos por el fuego... Es bonito y esto descansa… Serena saca su cuaderno del bolsillo y lee un texto para la noche… De nuevo, silencio… Estamos bien juntos, aunque se nos cierren los ojos por el cansancio. Entonces el padre invita a todos a rezar. Se rezan las completas con una especie de «tono sostenido» a la manera de los monjes. Al principio me ha molestado, pero claro que con la djellaba puesta y la capucha en la cabeza, ¡nos falta poco para ser uno de ellos! Después de la oración nadie habla. ¡Nadie! Solo hay silencio y ¡ganas de dormir con las estrellas en los ojos!

El segundo día, ¡lo mismo! ... ¡Los mismos ritos! ... ¡El mismo ritmo! Lentos y naturales para entrar en armonía con uno mismo y con el universo. Esta vez salimos solo dos. Me había dado cuenta de que había un experto de brújula, un chaval de 27 años. Me pegué a sus pasos. Uno al lado del otro, caminamos. Al principio, le preguntaba un montón de cosas para conocerle. Respondía siempre, pero… brevemente: trabaja en un banco, tiene novia desde hace tres años, piensan casarse a finales de año, hace servicios a personas con minusvalías. Pero después de tres o cuatro kilómetros, continuamos caminando dos horas sin intercambiarnos ¡una sola palabra! El paso. El paso solo daba el ritmo a nuestro ‘comunicar’. Con él estuve bien porque caminaba con decisión y hacia una dirección clara, la dirección de su vida... Empecé a entender algo de mí. Tímidamente.

Los demás días, siempre igual, como si para entender el beneficio de esta aventura, tuviésemos que repetir lo mismo, los mismos gestos. Por la noche del tercer día, estaba agotado, ¡hecho polvo! Cuando llegué con los últimos a la cumbre donde habían montado el campamento, caí al suelo, como Cristo en su Calvario. Me pareció tocar fondo. El camino, el «ayuno» en pleno verano ¡me daba vértigo! Esteban se dio cuenta de mi gran cansancio. Con tacto y atención, se acercó a mí, dándome ánimos y diciéndome que estaba viviendo completamente el significado de la palabra ‘Goum’. Una palabra llena de espiritualidad, una provocación para vivir la Semana Santa pasando de la muerte a la vida, porque –me decía- no existe resurrección sin... ¡Calvario!

Tenía razón. Al amanecer del cuarto día, solo sentí cómo avanzaba el cansancio. Dormir enterraba el enorme cansancio del día precedente. Entonces fue cuando me lancé completamente a la aventura. Aplasté mis miedos bajo los pies como una colilla y salí solo. ¡Solo todo el día! Claro, de vez en cuando veía a lo lejos algunos Goumier, lo cual me tranquilizaba. Sin embargo, me había prometido ir solo y me quedé solo. Al menos, ¡una vez para ver! Quizás pocos me creerán, pero... ¡vi! Sí, vi el espacio sin límites del desierto y sus horizontes ondear y traer armonía, a los ojos y al corazón, el viento suave o fuerte que se dejaba abrazar, el silencio rico formado por las mil sinfonías del universo. ¡Qué bien estuve! Llegué hasta el punto de encontrarme de nuevo, de descubrirme de nuevo con mis ambigüedades y ¡elegir una dirección válida! ¡El día me pareció más breve!

Luego, fue la última noche. El fuego del campamento desprendía una fascinación particular. Las caras, las sonrisas, los mismos cantos, todo era más bonito. Tenía un nudo en la garganta, también Clara y Pedro. No teníamos ningunas, pero ningunas ganas de separarnos. Nuestra Tribu había construido cimientos de fraternidad de hombres y de mujeres para siempre. Durante la última oración, el padre nos habló mucho, meditando sobre los Misterios del Rosario. ¡Era muy interesante y muy bonito! Escuchaba y me perdía tras mis mil sueños. Y después de su bendición, fui a caminar por la límpida noche. La luna inundaba el cielo con una claridad virgen. Lloraba de... ¡felicidad!

A las cuatro de la mañana, ¡todos en pie! Misa al amanecer, cuando Venus saluda al Sol, luego a pie unos kilómetros y por fin llegaríamos al pueblo... Vaciamos la mochila y encontramos la bolsa con todas las incómodas comodidades de la vida moderna y de bienestar... ¡Nos sacamos la djellaba! ¡Tuve que hacer mucho esfuerzo para sacármela! ¡Se había convertido en mi piel, en mi vida, en mis elecciones! Al final, me despedí de Juana, Pedro, Sara, Manuel, Francisco, Clara, Esteban y los otros compañeros de Camino y de Desierto. Vuestros abrazos se quedarán para siempre en mi corazón, vuestros ojos impresos en mi mente, vuestras sonrisas iluminarán mi cara.

Cuando volví a casa, mi amigo me dijo: «Entonces, «¿qué tal el Goum? ¿Ha ido bien? ¿Qué habéis hecho?» Me parece que respondí así: «¡Nada de particular!» En cambio, había cambiado... ¡Completamente!

Ahora tengo en el corazón una felicidad y una energía indefinibles. Me siento empujado a ir más allá, más allá de mis pasos, de mis miedos, más allá de mis egoísmos. Superar mis límites en el desierto me da fuerzas para dejar una vida mediocre prestada y nunca totalmente ofrecida. Quiero atreverme a entregar el don definitivo de mí en donde están ¡la verdadera liberación y la alegría!

Gracias amigo mío. Te agradeceré siempre tu simpática cabezonería que me invitó a ir al desierto. No esperaba nada en particular. Fue un descubrimiento cuyas consecuencias fueron imprevisibles. Esta aventura ha despertado en mí impulsos, reflexiones y elecciones inesperadas ante las cuales me sentía incapaz antes de arriesgarme a atravesar aquellas alturas donde sopla el... ¡Espíritu!