«ESTA PATRIA DE VIENTO Y DE ESTRELLAS»
(A. Saint-Exupéry)
«E hizo Moisés que partiese Israel del mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua...» (Ex 15, 22).
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Los Goumier han dejado todo y por fin se han marchado. Han cortado los puentes con un mundo estresado para ir hacia un mundo inexplorado: el desierto. Este es el lugar que han elegido para sus raid salvajes y libres. Ninguna otra tierra, ninguna montaña majestuosa, ningún mar infinito, ningún hermoso campo podrá sustituir los desiertos. Ya sea en Francia, o en Italia (Sicilia, Murge, Senese, Abruzzo o en algún otro lugar...), o en España, o en Marruecos, o en Turquía, o también en Tierra Santa tras las huellas de Cristo, o en el Hoggar en recuerdo de Charles de Foucauld, en «esta patria de viento y de estrellas» es donde llevarán sus pasos. Sin embargo, la elección del desierto, no siempre es fácil. A menudo se esconde la falsa tentación de encontrar una naturaleza más sonriente y cómoda, hecha de bosques y de naturaleza, de campos cultivados, para vivir la aventura. Dejando de lado la llamada del desierto, los Goumier correrían el riesgo de ahogar su propuesta de perderse. Necesitan estas extensiones monótonas y yermas, deslumbradas por un sol demasiado intenso para trazar el acimut e ir al paso del beduino. Saben que estos amplios espacios de aridez y de silencio son santuarios de la presencia de Dios.
Por desgracia, actualmente el desierto a menudo sufre una violación con la presencia del hombre. En zonas, geográficamente dominadas por la aridez y por el vacío, el hombre llega con la técnica y diversión para construirse paraísos de bienestar. Para distraer a jóvenes aburridos, algunas discotecas berrean músicas absurdas durante las noches, destruyendo la tranquilidad de un cielo estrellado.
Los Goumier no llegan al desierto como turistas. Se adentran en él como nómadas. Para ellos, el desierto no es un simple objeto de curiosidad, ni una ocasión para experimentar emociones fuertes vividas en Land Rover con súper accesorios, parándose en los cruces de las dunas, en los restaurancillos típicos donde se puede degustar un cuscús preparado con ¡el toque tuareg de turno! No, en absoluto. Para ellos, el desierto es un lugar sagrado y, antes de atravesarlo, se despojan de todas las máscaras y convicciones, como Moisés con sus sandalias: «Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora, y veré esta gran visión, porque a causa de la zarza no se quema. Y viendo a Yahvé que iba a ver, lo llamó Dios en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.
Y dijo: No te llegues acá: quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que tú estás, ¡tierra santa es!» (Ex 3, 3-5).
Un antiguo hombre del desierto, san Efrén, rico de experiencia y de sabiduría decía a propósito: «Dichoso eres tú, oh hombre, que llevas tus pasos al desierto, que sepas que el camino del desierto es estrecho. Si no te despojas, nunca lo podrás encontrar. Sólo la pobreza abre las puertas. Por lo tanto, date prisa y pide la gracia de descubrir la pobreza para enriquecerte de sabiduría. No te pares aquí abajo, sino en el corazón mismo del desierto: entonces, estarás cerca del paraíso, porque serás bastante fuerte para acogerte como eres». A pie, los Goumier entran en estos lugares salvajes, en estos espacios infinitos. Detrás de ellos, la puerta se cierra, con un silencioso vendaval.
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