«Era el octavo día de la avería y había escuchado la historia del mercader bebiendo la última gota de mis provisiones de agua.

Vaya –dijo el Principito– son muy graciosos tus recuerdos, pero aún no he reparado mi aeroplano, no tengo nada de beber, y también yo estaría muy contento si pudiera poco a poco ¡caminar hacia una fuente! (…)

Me miró y respondió a mi pensamiento:

”Yo también tengo sed... Busquemos un pozo...”

Hizo un gesto de cansancio: ¡es absurdo buscar un pozo al azar, en la inmensidad del desierto! Sin embargo, emprendimos la marcha (...)

“El desierto es bello” – dijo el Principito.

¡Y era verdad! Siempre me ha gustado el desierto. Se sentó en una duna de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y sin embargo, algo resplandece en silencio...
Lo que embellece el desierto –dijo el Principito– es que esconde un pozo en algún lugar».

(A. Saint-Exupéry, El Principito)